El ferrocarril dejó innumerables historias. Fue el motor de un país que comenzaba a asomar como una de las potencias más fuertes del planeta, sin embargo el tiempo, las decisiones políticas y una desidia en pos de otros intereses hicieron que este medio de transporte prácticamente desapareciera, dejando a su paso vías, durmientes y sueños. Nelo García es parte de esa historia, durante 18 años puso su vida y su alma, en el ferrocarril, tras su cierre, aún recuerda esos días con cariño y la misma pasión de entonces.
Nelo ingresó a trabajar en el ferrocarril del oeste en una oportunidad en la que buscaban peones. Sin demasiadas complicaciones empezó a trabajar y conoció gente maravillosa, como lo fue su primer jefe, que le enseñó a desarrollar diferentes tareas: “Yo miraba todo con mucha atención porque me llamaban mucho la atención los trenes, todavía me siguen llamando la atención” explicó Nelo, quien asegura que durante esos años aprendió muchas cosas. Rápidamente, y gracias a su pericia a la hora de llevar adelante sus tareas, es que escaló y tras un año ya ocupaba una oficina, “era la oficina más atorranta que había” cuenta entre risas.
Así como el ferrocarril marcó la historia de nuestro país, cada vagón también tenía su propia historia: “Todos tenían su nombre, entonces ya sabíamos de memoria en qué serie entraba tal tipo de vagones, los toneles, los vagones de hacienda, los vagones para cargar granos, entonces por la numeración ya sabíamos que era. Alvear era un punto donde se distribuían los vagones. Habían tres trenes cargueros por semana, era impresionante el tráfico que había, en el fragor de la fruta salían tres trenes fruteros por semana y había veces que salía un adicional por la cantidad de fruta que se trasladaba”. Sin dudas eran épocas de esplendor para la producción local y para nuestro departamento, que se erigía como un faro que mostraba el camino a la Provincia.
Pero más allá de las labores diarias que debían realizarse para que el ferrocarril funcionara a la perfección cumpliendo su horario y llevando la carga de manera segura, sin dudas lo que más recuerda Nelo es el compañerismo que reinaba en aquella época: “Me acuerdo de los compañeros de trabajo como si fuera ahora, uno aprendía pero a la vez iba enseñando. En mi caso llegué a tener ocho peones a cargo, y ellos eran chicos jóvenes que entraban cruditos y había que enseñarles a hacer todas las tareas del ferrocarril. Pero eso nacía del mismo jefe”.
Miles de historias y anécdotas aparecen en la mente de Nelo, mientras recuerda aquellos años. Como cuando llegó el Ranquelino, con sus lujos, su potencia y su capacidad marcaba una época que demostraba el poderío y el desarrollo económico de nuestro país. O cómo combatían las langostas, llamadas “saltonas”, “Hubo una oportunidad que tuvimos una plaga, el tren tenía un sistema que evitaba que sus ruedas patinaran, pero ese arenero era para situaciones especiales. Por eso en esa ocasión fuimos todos los empleados a tirar tierra en las vías, a lo mejor éramos 50 personas tirando tierra en ambos lados para que la máquina pasara firme”. Pero no todas eran luces, ya que lamentablemente los accidentes también ocurrían: “Una vuelta había una chatita en la estación de servicio, era una familia que había estado hablando con un transportador de fruta. Cuando partieron por la Centenario y llegaron a la 10, el tren los agarró y mató a toda la familia. Fue una gran tristeza”.
Pero el ferrocarril y su esplendor no duraría para siempre, los intereses espurios de un sector político y social hicieron que el medio de transporte emblema de la Argentina, que había llevado el desarrollo del país en sus vagones, recorriendo lo ancho y lo largo del territorio, terminara desapareciendo: “Después de mi salida, el ferrocarril funcionó un tiempo más. Fue una verdadera pena. Llegaron jefes que no eran de acá, que no sabían nada del tren, el trabajo no era nada que ver a la forma en la que veníamos trabajando. Pero venían con órdenes precisas, y esas órdenes eran que el tren tenía que desaparecer. Así inventaron problemas en la estación de Carmensa y de Bowen, dos estaciones que funcionaban bien. Esos años fueron de muchísima pena porque veía como destruían el tren, con estadísticas que estaban fuera de la realidad. Todo era discordia, era muy difícil”.
Tras 18 años trabajando en el ferrocarril, Nelo debió dejar su puesto en el ferrocarril ya que fue una de las víctimas de toda esa desidia y la decisión de dejar fuera a una gran cantidad del personal. Tras su paso por el tren, siguió emprendiendo e involucrándose con temas sociales, como lo había hecho toda su vida. Logró instalar su propio negocio, una zapatería cuyo mayor capital, según las palabras de Nelo, son sus clientes: “Todavía hay algunos vecinos que me traen algunos trabajos” dice con su alma inquieta que tanto lo caracteriza, y que, a pesar de sus 89 años, mantiene intacta, siendo el ejemplo de nosotros, los jóvenes que debemos velar por un mejor futuro del departamento: “Realmente sería un sueño para mi volver a ver el tren recorriendo Alvear” concluye Nelo, y en su mirada se puede vislumbrar el paso de cada vagón, la sorpresa y la emoción de ver por primera vez al Ranquelino, a lo lejos se escucha la bocina del tren, que anuncia su llegada, y entre risas, bromas, y alegría, cada trabajador se pone en alerta, con la responsabilidad de aquellos que saben que están haciendo historia.